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domingo, marzo 11, 2007

Tres años después

Ayer leía los recuerdo de una integrante de los servicios de emergencia que atendió a los heridos en la estación de Atocha, después del atentado del 11 de marzo de 2004. Lo que más recordaba esta mujer era el silencio que se encontró en la estación, cuando esperaba encontrar los gritos de los heridos.
Mi recuerdo más claro del 11 de marzo es el ruido incesante de las sirenas. Tengo en la memoria más cosas: las primeras luces de un día radiante de primavera empañadas por una nube de humo y el olor a pólvora, los pasajeros andando por las vías sobre la calle Comercio, la gente llorando con la que me crucé, el ambiente de nerviosismo, aquella voluntaria de Protección Civil corriendo en dirección a Atocha, mi amigo Paco. Pero lo que más recuerdo es el ulular continuo, durante una o dos horas, de ambulancias, bomberos y policía. Después, el silencio más absoluto.
A mediodía del 11 de marzo me pareció sumergirme en un sueño que duró al menos 24 horas. El viernes por la mañana, lluvioso, llegó la noticia de la muerte de Paco, el bombardeo informativo, la farsa de aquellos en quienes confiábamos. La manifestación de duelo por la noche. El funeral el sábado por la mañana. El homenaje en Santa Eugenia el domingo, en bicicleta.
Tres años después las heridas se van cerrando, porque el tiempo todo lo cura y tuve la suerte de vivir el atentado a unos cientos de metros. El terrorismo sigue muy presente en nuestra vida, aunque echando la vista atrás compruebo que hemos vivido tiempos peores. Sin embargo, lo peor del terrorismo es que no es posible descartar nada, en cualquier momento puede darnos otra desagradable sorpresa. Hasta entonces, seguiremos pensando que hoy estamos más cerca de la paz que ayer.

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