No suelo escribir sobre fútbol, pero la ocasión bien lo merece: el Real Madrid cierra de forma desastrosa su temporada más galáctica, tras perder también sus posibilidades de hacerse con la Liga.
Este deporte de la pelota y los 22 no me dice mucho, pero la aversión que muchos sentimos hacia el club blanco tiene mucho que ver con lo que representa: es la marca española más conocida fuera de nuestras fronteras, pero aquí es el símbolo del patrioterismo más rancio (¿cuántas veces lo animan gritando "España, España"), del nacionalespañolismo (acogiendo con demasiado cariño a su hinchada ultraderechista), de la especulación inmobiliaria (¿o es casualidad que su presidente lo sea también de uno de los principales grupos constructores del país?) o del pasteleo con el poder más conservador (su palco es lugar de cita para la pomada neoliberal).
Al margen de opiniones políticas, tan respetables unas como otras, su naturaleza de entidad deportiva lo convierte en una pura contradicción: es el espejo en el que se miran muchos jóvenes deportistas, y sus escuelas ejercen una encomiable labor pedagógica, pero la plantilla de su primer equipo derrocha prepotencia, estulticia y presume de modos de vida alejados del espíritu deportivo. Con los salarios irreales de esos personajes Madrid podría disponer de más instalaciones deportivas, necesarias en una ciudad en la que, sea por los motivos que sea, aumentan quienes practicamos el "mens sana in corpore sano".
¿Le queda a alguien la esperanza de que este mal año sirva al Real Madrid como cura de humildad? A mí, muy poca, sinceramente.
Este deporte de la pelota y los 22 no me dice mucho, pero la aversión que muchos sentimos hacia el club blanco tiene mucho que ver con lo que representa: es la marca española más conocida fuera de nuestras fronteras, pero aquí es el símbolo del patrioterismo más rancio (¿cuántas veces lo animan gritando "España, España"), del nacionalespañolismo (acogiendo con demasiado cariño a su hinchada ultraderechista), de la especulación inmobiliaria (¿o es casualidad que su presidente lo sea también de uno de los principales grupos constructores del país?) o del pasteleo con el poder más conservador (su palco es lugar de cita para la pomada neoliberal).
Al margen de opiniones políticas, tan respetables unas como otras, su naturaleza de entidad deportiva lo convierte en una pura contradicción: es el espejo en el que se miran muchos jóvenes deportistas, y sus escuelas ejercen una encomiable labor pedagógica, pero la plantilla de su primer equipo derrocha prepotencia, estulticia y presume de modos de vida alejados del espíritu deportivo. Con los salarios irreales de esos personajes Madrid podría disponer de más instalaciones deportivas, necesarias en una ciudad en la que, sea por los motivos que sea, aumentan quienes practicamos el "mens sana in corpore sano".
¿Le queda a alguien la esperanza de que este mal año sirva al Real Madrid como cura de humildad? A mí, muy poca, sinceramente.
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